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  • Gerardo Javier Garza Cabello

10,000 pies



Dejé pasar lo simple de las cosas por mi inherente incapacidad de poseer, quise sentir que eras llamarada precisa y breve; en los limites de mi visión me fui perdiendo de la magia que te había comprado para mi, descubrí entre los azores de tus risas pequeños matices de vanidad y carencia, toda vez me fui sometiendo a una idea menos, cada vez más distante de ese sentimiento que me convencí que tenía, como siempre me encontré al final debatiendo el alamanque de cosas que quise que fueras... de la nada cayó como las parvadas de pajaros la figura de aquello que no concebí pasaría ¡ese ingrato deseo! Ese que insistía que fueses todo lo que ella había sido para mí, comencé a desear que tu aroma fuera el de ella, que tu risa se rompiera como la ola en el mar con la que explotaban recuerdos añejos de pasados mas futiles.


Recordé aquel parque y quise recrear hasta la luna que iluminó el páramo, me descubrí haciendo las mismas preguntas que ya había hecho, intentando obligar al destino a repetir eso que nunca quise dejar ir, las respuestas fueron otras, la luna no fue la misma, quedé entonces yo, allí, estático en un tiempo al que no pertenecía, uno en el que nisiquiera hubiese decidido saber que eras tú y no ella, viviendo sentimientos de segunda mano que me anclaron a una ilusión que nunca supe reconocer, me perdí así de tus ojos, de una decena de ojos más, siempre queriendo que el reflejo me llevara a una época que fenecio y desgarró almas llevándolas a esa tristeza incauta que deja el no poder llorar. Me faltó tal vez eso, la esperanza de olvidar y dejar ir, nunca pude al menos reflexionar el porqué te fuiste, debí concluir que era yo quien decidió irse y en mi deseo de vivirlo sin complicaciones hago una realidad que me convenga vivir, una en donde la culpa carga a todos mientras a mí me deja respirar en una creación propia, una donde vuelvo víctima a quien te dejó en la nada.


Y el deseo se volvió tiempo, el tiempo se volvió un lugar del cual había perdido el camino, recorría cansado entre sonetos y sinfonías la esperanza de una señal de tu tono de voz, con la lluvia atendía los sentidos que me llevaran a tu aroma, desquiciado encontraría que ese perfume no era mío, era tuyo y ni mil tormentas podrían traerlo de vuelta a mi, enmudecía, la torpeza me condenaba y en la prisa de aquel sentimiento que nunca pude enterrar se quedaban sin nombres mis palabras, sin verbos las oraciones, sin punto final ni suspensivo: una ruta ciclica de amores muy parecidos a algo que no me interesaba sentir, no eras la maga, ni Leonora, ni yo era más que aquel que fuí. Sin embargo las tormentas deben terminar, sin arcoiris, ni miel de primavera, sin festejos y magdalenas, solo tiempo navegando la ruta de la marea, sin quilla y sin cuartel, sobreviviendo aquel espasmo inquietante de una ansiedad conocida ¿me recuerdas lo que soy?¿me dejas sobreviviendo por lo menos en lo último que fui?

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