"Dijo que yo era raro, que me amaba por eso. Pero yo sé qué un día me odiará por las mismas razones." Albert Camus – El extranjero
Hay una asfixia imperceptible que va sofocando inadvertida, una lejanía que se mueve tan despacio y tan constante que cuando queremos volver ya estamos muy lejos; la magia previa va volviéndose apatía silenciosa y un día, se hace de noche sin darnos cuenta que nos olvidamos los abrazos, la confidencia en el café, en el que queda sólo la borra en una taza que podría estar ahí mañana esperando resonar el eco de un silencio. En nuestra imaginación estaremos repasando nuestros mejores momentos sin cruzar una palabra, sin miradas que convergen y esa incuria que permea hacia afuera se va desplazando por una nostalgia que crece desde dentro hasta llenar tus pulmones, tu corazón y tu alma de la magia de otras noches, de otras ilusiones que cambian de figura, antes que lo notes, ya serás de otros en recuerdos, en diversos recipientes habrá nuevas historias de días mucho mas felices.
Si tan solo pudiéramos comprender que estamos a un aliento de distancia, sin saber como acercarnos una vez más a ese cuello que extraña el reflejo de la humedad de un par de labios cálidos, estamos a un paso de no caer por el borde de ese abismo que parece que jamás termina, no damos ese paso, preferimos ver como caemos en nuestra conciencia… se escucha una canción que le encienda una chispa a este espíritu, la tarareamos, escuchamos que la entonan vagamente, nos miramos expectantes y las pupilas caen en el reflejo de dilatarse otra vez, no se pronuncia una palabra, termina la canción, se cierra de nuevo esa ventana, nos damos cuenta que el punto final acecha como una nube de tormenta que sabemos se llevará todo en pos de ella , quedará tal vez memoria que pronto será desplazada por otra, aromas nuevos, manos menos efímeras: menos lejanas.
Tal vez se quede un poco de nostalgia colgando en una única despedida, traerá también una incertidumbre pasajera que no sabremos interpretar ¿la extraño acaso? no lo sé, nunca lo he sabido, pero en menos tiempo del que quisiéramos aceptar ya estaremos entrando a un nuevo círculo que perplejos recorreremos unas mil veces antes de notar de nuevo aquel sentimiento de costumbre orbitante, ya otros rostros, otros aromas, otra lámpara de noche, descubriéndonos después solos en el reflejo de un espejo saboreando la añoranza de aquellas noches en las que en la oscuridad sin darnos cuenta olvidamos de abrazarnos y de la charla del café, la misma que hoy no supimos tener, hasta que comprendemos que el único nombre recurrente en la tragedia de la cotidianeidad, es el nuestro.
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