top of page
Buscar
  • Gerardo Javier Garza Cabello

Nadie es de nada, nada es de nadie

Actualizado: 9 ago 2023



A veces quisiera volver atrás, a ese tiempo nuestro, darle una ojeada, meterme en esa piel por un día o dos. Porque créeme, ya no puedo recordar cuánto amor llenaba ese lugar. Desde mi presente, me pregunto por qué no pudimos poner esa historia al frente y luchar aunque sea un poco, para rescatar lo que entonces era como oxígeno: imprescindible y eterno. Porque créeme, cuando miro a las parejas que, en complicidad, se enamoran con cada mirada, todavía es nuestra mirada la que reconozco y sé que de alguna manera, casi cuántica, seguimos ahí... Quizás porque he dejado marchar tantas cosas que las líneas de tiempo y los universos se han mezclado tanto que tienen su propio color.

Veo fotos y no puedo encontrar la mirada de aquel chico que estaba realmente enamorado de la vida, de ti.


El tiempo, ese transcurrir inescapable, puede sanar o agravar todo lo que sentimos. Las situaciones se van amontonando, alejándonos o acercándonos al borde de pensamientos que rondan la cabeza y el alma, poco a poco embaucando a la memoria. Cuando las promesas que nunca imaginamos romper se mezclan con ese ego maldito que nos traiciona y pisa fuerte. Porque en un abrir y cerrar de ojos, ese colchón donde empezamos a construir un hogar olerá a alguien más, contará otras historias, será testigo de otros sueños.


Y es inevitable detener ese proceso. Me habría gustado vivirlo antes de que ocurriera, imaginarlo, sentir cómo el estómago se retorcía sin razón aparente, por una idea, por una incógnita a la que me detuve a desmenuzar. Pero ese juego absurdo de imaginar escenarios es una moneda al aire. En ese entusiasmo de querer vivir todas las posibilidades, también rememoramos lo bueno, lo hermoso, lo esencial. Como tu aroma, que parece querer quedarse solo en mi memoria, sin ir a ningún otro lugar. Luego, sin quererlo, te sumerges en el océano de lo placentero que sería volver a acariciar tu cabello, al tiempo que te atormenta el pensamiento nauseabundo de verte con otro, de la mano, saber que nunca volveré a ser yo.


Pero al final, nada fue realmente mío, nada es mío. Decir "mi mujer" es un posesivo cretino, y lo dije tantas veces y en tantos contextos que terminé fabricando y creyendo en un contrato eterno e irrevocable de perpetuidad. Pero estoy completamente equivocado al pensar así. Nadie es de nada, nada es de nadie, y lo aprendí a la mala, cuando la historia más triste fue el final feliz de aquella mujer que amé en los brazos de alguien más.

bottom of page