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  • Gerardo Javier Garza Cabello

Todo lo que queda es ciudad


Tu recuerdo se volvió un vasto e interminable lienzo donde ya no supe encontrar tu esencia. Pensé que por haber creado contigo aquellos colores con los que se iluminó tu espíritu, quedaría en la eternidad un espacio para tenerte por siempre, pero la eternidad no fue suficiente, así como las sombras que se proyectan antes de entrar en la oscuridad, se volvió ese "nosotros" una condena de exilio, un viaje a ningún lugar.

Fui tan profundo en la memoria que la melancolía terminó abrazándome, experimenté una transición, la ilusión se volvió realidad. No hubo otro regalo del destino, la huella del último beso ya se había difuminado y en mi locura, no pude siquiera recordar a qué sabían tus labios, había olvidado tu aroma, ya había perecido todo aquello que creí haber dejado esperando por mí, nunca pensé que tardaría tantos años en volver y ahora no había ni cenizas en ese páramo.

El tiempo jugó tanto con nuestra memoria que la volvió promesa, renació en forma de paradoja, donde el presente se desvanece ante la irremediable imagen de lo que alguna vez fue, eras un reflejo distorsionado de una grandeza previa, vulnerable, implacable, moriste con el tiempo, o te volviste mariposas que jamás tuvieron capullo, te reinventaste y te mudaste a otro corazón. Aprendiste otra melodía y reconociste otro latido, cambiaste tus colores, ya no eras tú.

Quise avanzar con miedo hacia otros horizontes. Me justifiqué diciendo que la vida es efímera, y su fugacidad radica en otra belleza y otros aromas. Pero me quedé estancado en aquello que ya fue vivido, y me faltó fuerza para abrazar otra vida. Los caminos inciertos quemaban el alma en cada paso, carecían de propósito, fluyeron sin tiempo a rincones donde la esperanza no llegaba más, y se volvieron el humo con el que a veces danza el destino, cuando recuerdan que aquí, ya todo murió.

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