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  • Gerardo Javier Garza Cabello

Petricor



Me cautivaste de lejos, ni siquiera pensé en acercarme solo disfrute la casualidad de haberme topado con tu mirada, hasta antes de ese encuentro yo me jactaba de controlar la distancia entre las cosas que podía tener y las que me sobrepasaban, repasaba piernas delgadas que se detenían en pretiles y me desvivía por la abstracta cotidianidad de las calles, una lluvia dispersa comenzó a caer. Me encantaba el inicio de la lluvia, encontraba muy curioso el espíritu de manada de huir de ella, todos con prisa buscando una sombra o un paraguas, al final solo era agua mojando cabezas desnudas, fue justo ahí que derribaste paredes invisibles y comenzaron a pasear por mi memoria los mil instantes previos a toparme contigo de candil a candil, sentí una gratitud humilde porque estabas ahí en ese instante, conmigo, pero sin mí.


Sonreías sin sorpresa mientras buscabas mi mirada sin que yo lo notara, como si más allá de disfrutar de este circo, estuvieras también buscando a otro loco que hubiera ido a ese parque solo a mojarse y burlarse de los demás, de esos que se obsesionaban con hacer lo que todos hacen en su almanaque de cosas banales e inútiles, entre tú y yo, una extraña sensación de magia repentina acompañada de la impronta de sentirme controlado por el “destino”, odio esa palabra por cierto, que cretino es creer en el destino… Le debemos una especie de gratitud a nuestra memoria si acaso, la voluntad de moverte, la suma de las circunstancias pero no creo que estuviera escrito estar ahí contigo, sin ti.


A decir verdad solo fui ahí en búsqueda de la transparencia traslucida de la nada, de la mujer que también corría despavorida buscando no sufrir de la irreparable consecuencia de vivir, esa lluvia, si no hubiera decidido caer no estaría aquí creyendo que esto era un miserable plan divino para ponerme de frente a esta postal de tu rostro; desgastaría mil horas buscando describir todo lo que nació de ti en ese segundo, aun así, no estábamos ahí y no queríamos encontrarnos, solo aspirábamos a la libertad de huir de todas las decisiones, de ser disruptivos y mágicos y salvarnos de la cordura… ¿Dejaría acaso de ser un bohemio si me liberaba de la poesía, si por un instante se pusiera de mi lado la justicia? O es todo esto solo una derivación de una idea que solo está en mí. ¿Habré encontrado a mí Annie Hall, mi Gioconda?

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