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Gerardo Javier Garza Cabello

LA Balada del Soconusco



Quise ser el primero en ver tus alas doradas, esconder con mis sombras tu alma en llamas. Quise inventar todas las historias que jamás contaste, ser los detalles olvidados de mares que deseaban ser navegados, mientras la estrella del norte se volvía poco a poco la cruz del sur. Viajar tanto que los horizontes renacieran en poniente, ser los soles que te guían, los recuerdos que no abandonan.


Soñar que era Ícaro cayendo en el mar, ser esa estela dorada y que a lo lejos alguien creyera que mi luz era tan breve que me confundieran con una estrella fugaz. Sonreír antes de extinguirme porque al final el sol no me quemó, el sol era yo. Engañar a la suerte, volver a ser dueño de ese azar, todos los enigmas que serán descubiertos, con la violencia de una ola que eleva a las alturas miles de polillas de luz en medio de la oscuridad de lo que ya no existe más.


Atrevernos a volar de nuevo, ser corazón libre y alma en fuego y compartir en la complicidad de una mirada todos los peligros del deseo. Procurar ser pecado y penitencia, caer en la desgracia grácil y ser el punto final del círculo de un péndulo. Estar en calma, quemar el cielo, intoxicarnos sin merecer, bailar las sonatas y aplaudir la vida. Saborear el dulce néctar de las flores que aún son semillas en las faldas del Tacaná.


Jugar el juego, querer danzar con el fuego, ser la sabiduría ancestral, viajes de almas merodeando esas ínfimas fronteras que se pierden entre las ceibas y el invisible coral de pirámides que no serán descubiertas jamás. Encima del cielo, el olor a mar y la traicionera tempestad de las curvas y cuervos multicolores que colisionarán con la realidad. Con la advertencia de un amante con las alas rotas, la futura y repentina pérdida de tu padre, los eclécticos paisajes y a lo lejos, mezclado entre café y cacao tostado, Ícaro besando al sol.

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