En el confuso abrazo de un instante, reflexiono en una realidad muy desconcertante, no se donde estoy en este momento, geográficamente lo ignoro, <pensar en ello se torna extrañamente hermoso>. Siempre dimos por sentado conocer nuestro paradero, una certeza elemental, y la ignorancia de tal verdad se torna una carga muy extraña y va tejiendo pensamientos que nos hacen sentir pequeños y al mismo tiempo gigantescos.
¿Dónde me encuentro?, regresa ese pensamiento. Desisto de tratar de saberlo, pues se donde estás tú y eso me conforta. Pero de nuevo, el desconcierto me asalta, el misterio de mi propio sitio persiste. Se fragua entonces una paradoja que me perturba, recordándome que no importa saber dónde estás tú, cómo voy a encontrarte a ti sin antes buscarme a mi mismo, es por eso que te he perdido tantas veces antes. ¿Cómo, en tal desorden, podría yo haber ignorado esto tan básico, necesito de mi acaso?
Ninguna filosofía anticipa este encuentro, pues sin un origen no sabemos cómo operar. No podemos meramente improvisar y permitirnos la ignorancia, mientras una poesía desgarradora y reparadora nos moldea. El origen, en verdad, carece de relevancia, es apenas una quimera, porque cuando creemos haber llegado a la meta, un nuevo comienzo se alza, y este espíritu cíclico me tiene navegando latitudes que antes desconocía.
En el enigma del presente, ignoro mi paradero, pero al menos entiendo que debo buscarme antes para poderte encontrar.
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