Hoy subí al metro y no bajé en mi estación. "Liverpool Street", anunció la voz en off. Decidí quedarme un poco más mientras observaba a una mujer que se encontraba a unos asientos de distancia. Quise imaginar una historia que encajara con su boina calada y el maquillaje corrido por el paso de la noche, bajo en Leyton, la historia que imagine se fue junto con ella, yo me vi en el reflejo de la ventana a un par de estaciones más, pasaba gente hablando mas idiomas de los que puedo contar, unos me miraban y otros me ignoraban, yo estudiaba por si acaso había algún poema que recoger del piso.
Estaba en la oscuridad de un túnel, varios metros por debajo de la ciudad, yendo de un lado a otro sin un destino aparente. Sin saber si sobre mí había edificios, conciertos, o una fiesta memorable, lluvia, nieve o el sol de medianoche. Bajé en la siguiente estación y tomé el tren de regreso. Me miré de nuevo en el espejo, reflexionando sobre las historias de ese vagón, las desgracias y las alegrías, las que habían cambiado la vida de más de dos personas. Ahora, no quedaba nada de eso; solo estabamos yo y el reflejo delator de un tipo soberbio que iba rumbo a Liverpool street, de nuevo.